Otro año más de vida del sindicato de supervisores El Peñón: lecciones en estos 8 años de viaje

En plena crisis global producto de la expansión del COVID-19, nuestra organización sindical cumple 8 años de existencia. Tal como ocurre con El Peñón, faena atípica dentro de los grandes pórfidos de cobre que prevalecen y dominan el horizonte minero, partimos como una anomalía en la cultura de la industria y nos adelantamos en tiempo y espacio, y fuimos pioneros conformando la primera organización de su tipo en la gran minería del país.

Por Pablo Lobos

Hoy, después de transcurrido todo este tiempo, somos una organización consolidada, con ¾ partes de la supervisión sindicalizada, pertenecemos a la Federación de Supervisores de la minería privada FESUMIN de la cual fuimos actores principales en su formación, y ya casi no existe empresa minera que no cuente con una organización colectiva que represente al estamento supervisor.
En retrospectiva, podemos mirar con orgullo lo construido y con fuerza y dedicación lo que se viene, más aún en el incierto escenario que nos tocó vivir como generación producto de la pandemia. Pero no siempre nuestro camino fue así. Nuestra consolidación, a contrapelo de lo ocurrido en el resto de los sindicatos de la minería privada, es reciente. Nuestra historia, sinuosa y accidentada, esta plagada de anécdotas, hitos, recaidas, luchas, sinsabores y triunfos morales. Todos estos dan para un libro, literalmente. Sólo me gustaría contarles una de aquellas anécdotas.
Hace aproximadamente 5 años no estabamos en nuestro mejor periodo. Producto de desaveniencias históricas con la administración de la empresa nunca zanjadas, sólo añadíamos más conflictos, en ese momento horas extras y diferencias profundas de escala de sueldos entre mismos cargos. Estabamos enfocados en ello cuando, en el peor momento para nosotros como organización, la empresa decide realizar un ajuste de personal reduciendo en un 10% la dotación, entre ellos muchos asociados nuestros.
Los sindicatos nunca hemos tenido muchas herramientas para frenar estos procesos, salvo apoyar a los asociados en temas administrativos: cálculo de finiquito, seguro de cesantía, hacer cumplir plazos de pago, etc. De hecho, debo confesarles, si existe algo en todo este tiempo que como representante nos duele profundamente el no tener mayores y mejores herramientas es cuando nuestros socios pierden su fuente laboral. Creanme que la carga psicológica y emocional de no poder hacer más fue y sigue siendo enorme.
Recuerdo en particular haber estado en la desvinculación de uno de los colegas. Yo era el segundo dirigente en llegar, ya que no era mi turno, por lo que no tenía una cercanía personal con el supervisor que perdía su empleo ese día. Pero aún así hubo una disposición firme nuestra para exigir explicaciones a la administración de la empresa y apoyar a nuestro socio. Cuando encontré a mi colega dirigente, el estaba enfrascado en una discusión con el gerente de RRHH y tratando de consolar al supervisor, que sin duda atravesaba uno de los peores días de su vida. El estaba serio, callado, cabisbajo, algo perdido, me imagino que sin entender la situación, pensando que haría ahora y qué le díria a su familia.
El colega dirigente que acababa de llegar antes que yo, que pertenecía al turno y que llegó primero hasta RRHH, encaró, defendió y apoyó al supervisor enérgicamente, al punto de terminar abruptamente la discusión con el gerente de RRHH no sin antes dejar un par de amenazas sobre la mesa. Esto no pareció servir de mucho ante la impasible reacción del socio. ¡Yo sentía impotencia! Yo era el presidente, pero no era mi turno habitual y para peor no tenía ni la cercanía ni el conocimiento del supervisor para darle apoyo o algunas palabras de aliento. Me congelé, no supe que hacer y esperaba poder haber hecho algo más. 
Pero llegó mi turno. Mi colega dirigente me hizo un gesto. Dijo: “Pablo, necesito que vayas a campamento. Necesito que, subas las escaleras, entres a la pieza del socio, y le traigas a nuestro colega su ropa”. No era exactamente lo que esperaba para sentir que lo ayudé, pero fui… fui a campamento, al módulo dominador, subí las escaleras, al final del pasillo, entré a la pieza del socio y retire toda su ropa. 
Llevé el bolso de vuelta, me subí al bus y regresé a gerencia. Le entregué sus cosas al socio, revisamos su carta de aviso y esperamos a que llegara el transporte que lo trasladaría a Antofagasta. Como era de esperar, agradeció tibiamente producto del incomodo momento, con mucha más atención a mi colega que a mi y se despidió aún sin entender mucho lo ocurrido.
Un par de semanas después, Las cosas no podían ser peores. Se produjo una crisis interna del directorio del sindicato; el dirigente con el que compartí dicha experiencia fue forzado a renunciar (tercer dirigente que renunciaba en 3 años) producto de una desbalance en las finanzas. El proceso no fue nada fácil. Su salida no fue en buenos términos, y no sin antes ser sometido incluso a un proceso de desafuero por parte de la asamblea. 
Con la moral decaída y con los otros frentes abiertos, unas semanas más tarde recibimos una carta del colega desvinculado agradeciéndonos por el apoyo, el esfuerzo y la defensa demostrada en la pérdida de su trabajo. Ahora más tranquilo, la amabilidad que el observó por sobre todo lo demás fue que uno de nosotros incluso había ido a buscar su ropa. 
Tanto en mi rol como dirigente todos estos años, lo cual nunca estuvo en mi plan de vida por lo demás, pero al mismo tiempo como profesional, persona y padre de familia, he sido testigo de muchos actos de generosidad y amabilidad en el ámbito colectivo, el cual defiendo y comparto plenamente. Pero también he visto muchos actos de valor y coraje a nivel individual. 
¿Y saben qué he aprendido? Que todo importa. Desde lo más pequeño a lo más grande. Desde el detalle a lo global. Desde lo puramente individual a lo ampliamente colaborativo. Ahora, cuando miro a la organización que tenemos hoy día y lo que hemos logrado, y lo que estamos por lograr, notables niveles de avance y crecimiento, personal o colectivo, me gustaría recordarles esto: no esperemos. No esperemos a tener plata, tiempo o recursos para marcar la diferencia en la vida de alguien. Si tenemos algo para ayudar, demoslo ahora. Apoyar a adultos mayores en situación de desamparo, escuchar atentamente a un trabajador o a un colega sus vivencias y la ansiedad por lo vivido en plena crisis, cuidar a nuestro entorno ante el coronavirus; familia, colegas, personal a cargo y partiendo con nosotros mismos.
Como organización sindical no todos los días vamos a tener la oportunidad de salvar la fuente laboral de un colega, pero creemos firmemente que cada día podemos influir positivamente en la vida de ustedes. Así que seguiremos en nuestra misión: desde ir a dejarles la ropa hasta velar por el bienestar general de todos nuestros asociados. 
¡Feliz Aniversario Nº 8 Colegas!